Érase una vez… bueno, más bien no había una vez, nada de nada, tras lo cual un señor bien entrado en años, después de una eternidad sin darle demasiada importancia a la cosa, decidió crear algo, a lo que llamaremos “mundo” para salir del paso, porque el concepto de “universo” aún no se había inventado. Le salió una superficie plana (en ese tiempo tampoco se había inventado la idea de un mundo redondo) a la que, pensándolo bien, no le vendrían mal algunos detalles, así que empezó a llenarla de cosas.
¡Espera! No, no fue así. Volvamos a empezar: Érase una vez... absolutamente nada de nada, y un hombre ya mayor de barba blanca decidió crear algo, pero no podía ver nada en la oscuridad. Además, aunque pudiera, ¿qué sentido tiene crear algo que nadie puede ver menos tú? Así que empezó por crear la luz, la cual a su vez creó la oscuridad, justo allí donde no llegaba. Sí, debió de ser así, porque así es como funciona la física. A eso lo conocemos también como sombra o, más tétrico, las sombras.
Ahora que podía ver lo que hacía (no saber lo que hacía es una de las características que más tarde compartiría con nosotros a su imagen y semejanza, pero me adelanto a los acontecimientos, así que paciencia), siguió creando el mundo como indiqué antes, según el manual Cómo crear un mundo en siete días, mal traducido, obviamente, en vista de los resultados (pero otra vez me adelanto).
Al principio le iba gustando el proyecto, pero luego, pensándolo bien, aquello no tenía visos de impresionar a nadie y además tenía siete días libres (ah, se me olvidaba: también había creado el tiempo cuando inventó el espacio), así que decidió proseguir, por aquello de entretenerse en algo, ahora que tenía tiempo por delante. Por cierto: al final le sobraría un día.
Secó parte de ese mundo para crear playas para los turistas del futuro (sería viejo, pero no cabe la menor duda de que había pensado en casi todo). Ya pondría peces en el otro lado un día con más tranquilidad. Ahora que tenía tierra firme (y que quede dicho que, por culpa de la mala traducción, de un descuido o simplemente de la senilidad, acabaría pasándose a la hora de secarla, convirtiendo unos buenos trozos en desiertos prácticamente inútiles), se dispuso a adornarla un poco para dejarla más arregladita para las visitas.
Primero le añadió hierba y árboles. Estaba encantado con su maravillosa idea (era juez y parte, no lo olvidemos). Se pasó el día creando plantas de todo tipo, y para cuando terminó ya era de noche, de modo que decidió proseguir al día siguiente. Buscando un lugar donde reposar, se dio cuenta entonces de que se le había pasado por alto un pequeño detalle: en la oscuridad es bastante difícil encontrar dónde descansar cómodamente, así que también necesitaba crear más luz para por la noche. Se le ocurrió una idea, brillante: salpicó un montón de lucecitas por el firmamento, incluyendo la estrella polar para orientarse y voilà. Incluso puso una luz mucho más grande para dar efecto, una especie de primitiva bola de discoteca con cuatro fases.
Como mencioné antes, luego agregó todo tipo de peces (en la parte que no había secado, por supuesto) y también todo tipo de animales herbívoros para recortar el césped y mantener el jardín llamado del Edén bien cuidado. Por desgracia, algunos animales empezaron a comerse a los otros en lugar de la hierba (primera extinción masiva), lo que sin duda se debió a la mencionada mala traducción y no a un error de juicio o defecto del diseño, porque, como todo el mundo sabe, el mundo fue creado usando la técnica del diseño inteligente. A veces no hay manera de acertar, y no queda otra que apechugar con lo hecho.
Y entonces… llegué al final de la página. Tienes suerte, pues con ello te ahorras algunos desagradables eventos que vienen después, como el asunto del paraíso, deuda que andamos pagando todavía.
Esta historia trata de unos emigrantes que se fueron a otro país en busca de trabajo y de que los dejasen en paz, igualito que los migrantes de hoy. Podría haberle tocado a cualquiera, pero tu suerte quiso que esta vez fueran ellos y no tú. Si miras atrás sólo unas pocas décadas, descubrirás que tus antepasados hicieron exactamente lo mismo en la tierra que hoy llamas tuya. En fin, el caso es que esta historia trata de otros emigrantes, aunque si rebuscas un poco ese otros te incluya. Este concepto no es apto para mentes simples.
Sí, la historia se escribió para incluir a todos los inmigrantes, es decir, ¿a ti? Propiamente hablando, los únicos no-inmigrantes son los que se quedaron en África, mientras que el resto de nosotros deberíamos callarnos y dejar de hacer de plañideras. Puede que algunos lectores no estarán de acuerdo conmigo en este punto, aferrándose al sentido literal del relato original, y ¿quién soy yo para llamarlos poco imaginativos, incultos o egoístas? Me limitaré a llamarlos “originalistas” o algo peor y asunto concluido.
El argumento se desarrolla como en cualquier otra historia, aunque ésta aparece en un libro de relatos y no en uno de historia, de modo que nunca conoceremos la verdad, incluso si extraemos las afirmaciones más descabelladas, como aquello de que un solo ángel de la muerte, en una sola noche, eliminara a todos y cada uno de los primogénitos de todas y cada una de las familias del país anfitrión, Egipto. Obviamente, esto habría requerido más de un ángel y una logística impecable para no dejar escapar a ningún niño culpable ni cargarse por accidente a algún que otro inocente, aunque está claro que, en caso de duda, mejor pasarse que dejar cabos sueltos... En fin, que no podemos estar del todo seguros de cómo fue la cosa.
El relato tiene su héroe, por supuesto, como toda película de Hollywood que se precie (lo que me recuerda otra anécdota, la de una mujer curiosa convertida en sal por mirar hacia atrás, pero esa está en el libro anterior y por tanto no toca incluirla aquí). Este héroe era un tipo con suerte, pues estaba bien alimentado en la corte del faraón y al principio era totalmente ajeno al destino de su pueblo, constructor de auténticas obras faraónicas, literalmente, hasta que un buen día cambió de opinión y se desató el caos: lo que había sido una fructífera relación amo/esclavo (véanse las pirámides y otras maravillas que hoy admiramos gracias a su esfuerzo) se agrió de la noche a la mañana por alguna extraña razón. Si es que hay gente que nunca está contenta.
De entre los muchos trucos que realizó este héroe mago, el momento cumbre de su carrera fue convencer a sus seguidores de que un pedazo de desierto a la vuelta de la esquina era el mejor terreno del mundo (ilusión que cabría tratar de espejismo, como en cualquier otro desierto, en lugar de tierra prometida de la que manan la leche y la miel, pero esa es otra). Ya me gustaría a mí contar con este tipo en mi negocio de baratijas de segunda mano.
La historia tiene hasta su propia salsa agridulce para darle cierto sabor exótico: el protagonista no llegó al final de la película. Sin embargo, en el montaje final le permitieron, ya anciano, echar un vistazo a esa famosa tierra antes de morir. Este pequeño cambio en el guión exigió un cambio enorme en el formato: lo que empezó como película de hora y media terminó como serie de 40 largas temporadas (récord mundial al aire libre aún vigente).
Me encantaría contarte la serie al completo, pero, por desgracia, soy de los pocos que hoy día voluntariamente sigue sin tener televisor y no la he visto. Todo lo que sé es de oídas, y ya sabes que yo, a diferencia de otros, no propago infundios, y mucho menos los viernes en mezquitas, los sábados en sinagogas o los domingos en templos.
Lo que sí sé es que todos somos un puñado de inmigrantes, y de esto estoy absolutamente seguro, aunque puede que me equivoque.
Colectivamente conocidos como evangelios (perdón por la minúscula), estos cuatro libros cuentan la vida y la muerte, bastante desagradable, de Yeshu’a, conocido como Jesús de Nazaret (para los judíos), Jesús de Belén (para los cristianos), o simplemente ¡Jesús! (para cualquiera que esté expresando su frustración, junto con un movimiento bilateral de la cabeza). Dado que la mayoría de quienes leerán estas páginas, incluso los no cristianos, probablemente vivan en una cultura judeocristiana, y ya que no tiene sentido repetir lo que sabemos todos, los agruparemos para ahorrar papel y tiempo.
Dicho esto, hay algunas diferencias entre ellos, porque cada autor tenía en mente un público distinto:
Tengo un par de preguntas, y pido perdón de antemano a los cristianos más sensibles, pero: ¿por qué alguien que predica el amor y el perdón seca una higuera por no dar fruto fuera de temporada, es decir, cuando se supone que la pobre no tenía que tener fruto?, ¿o cómo se explica el suicidio forzado de un grupo de cerdos inocentes por un acantilado?, ¿o el episodio del látigo en el templo (que sí, que vale, que bueno, que los cambistas no eran precisamente sus personas favoritas, pero aun así, al final es un trabajo como otro cualquiera, haz el favor de mantener la calma y las formas en público, y un poco de educación, sobre todo en el templo, por amor de dios)?
Diría que hay otros episodios poco edificantes en los evangelios, pero los pasaré por alto, porque se supone que uno no debe hablar mal de los muertos…
¡Ah, espera un segundo! ¡Pero si sigue vivo!